jueves, 12 de agosto de 2010

Cap. XV


L
a casita de al lado tenía mucho más que arreglar, aunque dada la utilización que hacía de ella, no parecía tan importante. Se hicieron las reparaciones más urgentes mientras ella iba y venía echando siempre una mirada al interior.
Caía ya la tarde cuando me expulsó sin miramientos obligándome a sentarme en un viejo tronco a la vuelta de la casa. No todo va a ser trabajar, dijo. Charlamos un poco y callamos mucho más. No parecía encontrarse incómoda ante el silencio, lo cual me tranquilizó porque tampoco las palabras eran mi mejor habilidad.
Cenamos y volvimos a quedar en silencio. Comenzaba a plantearse la incómoda pregunta de dónde iba a dormir el tipo que acababa de invadir su hogar. Mientras trabajaba había visto un rincón donde dormir sobre la paja sin grandes inconvenientes, así que lo planteé cuando el sueño empezó a invitar al descanso.
- Dormiré ahí al lado, si no te importa.
No hubo respuesta. Su mirada parecía anclada en uno de aquellos cuadritos por el que parecía sentir predilección. Estaba muy seria.
- La paja está seca, así que estaré perfectamente.
Asintió desganadamente e incluso quiso dejar asomar una sonrisa, pero lo que resultó fue una extraña mueca que murió precipitadamente. Su figura de espaldas, inmóvil, era un imán para los ojos cuando la puerta emitió aquel quejido apenas accionado el viejo pestillo.
Había inclinado la cabeza. Casi a punto de cerrar, su inmovilidad anunció que algo no iba bien. Sus hombros comenzaban a temblar. La puerta volvió a emitir aquel exánime lamento mientras me aproximaba sin saber qué hacer. Respiraba entrecortadamente, produciendo un ruido que no acababa de interpretar en aquel extraño silencio.


Por fin, la madera denunció los gruesos goterones que caían de sus mejillas. Hay cosas que no pueden pensarse. Aproximar una silla cualquiera y coger aquella cabeza convertida en un puro temblor entre las manos, susurrando algo que salió de mi boca sin pedir permiso.
- Vamos, vamos...
Uno de sus brazos colgó desmayadamente en el aire mientras el otro reposaba en la mesa falto de voluntad. Los sollozos comenzaron a hacerse sitio, dando término a un silencio que resultaba estremecedor y en apenas instantes sus manos tomaron contacto con las mías, hasta que vino a acurrucarse desvalida sobre mi hombro, liberando un llanto que parecía haber sido contenido durante siglos. Alguien entonaba una letanía insistentemente.
- Vamos, vamos...
El consuelo nacía de un contacto claro y vivificante que ordenaba a los labios acariciar sus mejillas humedecidas por las lágrimas. El encuentro de las bocas fue sólo cuestión de tiempo, apenas perceptible al principio, cálidamente demorado más tarde.
No sabría decir cuándo había comenzado a besar con una especie de devoción nunca sentida aquel cuello delicado, o por qué las manos recorrían su espalda presas de un ansia que no requería explicación. Las lágrimas mojaron la camisa mientras el silencio envolvía la escena y su rostro se mostraba, avergonzado, surcado por aquella corriente que mojaba los labios y colgaba después del mentón suave y redondo.
Las miradas de los dos se transformaron en todo cuanto existía en aquel instante de la vida y ya nada pudo parar el deseo en las bocas unidas por un apetito repentino y voraz. Había en ellas una promesa de sonrisas cuando nos separamos y retomamos la dulce tarea ya con más atención y menos vehemencia.


Sus labios aceptaron sin condiciones el delirio cuando las manos volaron sin pensarlo a su pecho y luego fue la boca quien quiso poseerlos y dictó la sentencia de vencer aquella insufrible separación de cuerpos.
Como borrachos asaltamos la habitación. No existía nada que no fuera aquella piel tersa que subía y bajaba en una llamada que debía ser atendida a costa de cualquier cosa. La puerta golpeó la pared mientras nos precipitábamos sobre la cama y las bocas se buscaban poseídas por algo mágico e incontenible. Sus ojos negros y encendidos proclamaban la imperiosa necesidad de hundirse en ellos hasta perder la vida. Las manos comenzaron a buscar todo cuando obstáculo se interponía entre las pieles ávidas. En su boca una sola palabra repetida dulcemente una y otra vez.
- Ven, ven...
El sujetador se negó a desvelar sus secretos hasta que ella misma acometió la tarea, sin dejarlo caer. La prenda se deslizó apenas sobre la piel blanca, marcando los límites a los que el sol acostumbraba a llegar mientras repetía su escueto mensaje con dulzura.
– Calma...
Convencido por fin de que aquello no era una ilusión, rendido por fin a su mensaje, dejé que el tiempo transcurriera apenas en suspiros y roces leves en el reino del tacto. Recorrer su desnudez blanca con los ojos, las manos o la boca.
Dispuesto a convertir aquello en un juego infinito me vi de repente bajo su cuerpo. Una de sus manos bajó hasta el centro del universo palpitante, tomó posesión de lo que deseaba y elevando las caderas lo engulló mientras sus párpados se cerraban y la boca iba abriéndose despacio, conformando un abismo colmado de delicia.


No era dado saber qué era aquello que sentía cuando sus pechos blancos y colmados danzaban sobre mí mientras mis manos recorrían sus caderas y su vientre redondo. Poco después su cuerpo entero se abrió al infinito y liberó una especie de estertor con una expresión asombrada que vivió un tiempo incalculable y murió tan lentamente como la llamita leve de una vela exhausta. Aquella corriente me recorrió entonces violentamente, tensando los músculos del estómago hasta alzarme a su rostro donde sucedió una explosión magnífica que estaba en todas partes y lo llenaba todo. Nació su sonrisa, algo triste, y la mía después. Aquel abrazo duró una noche entera.






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